Como entrenador siempre he intentado realizar el juego que me gustaría ver a mí si estuviera como espectador.Hace unos años en una de las conversaciones que tenía con Angel Navarro ( un fanático del aprendizaje y de la enseñanza ), me comentaba que estuvo viendo un partido y que comió muchas pipas.
Los entrenadores dejan un legado, hay dos tipos de legados: el que decide plantar, con el resultado que a veces lo recogerán ellos mismos u otras en el que se aprovecharán otros, y los que no plantan nada.
Creo en los entrenadores que plantan, en aquellos que dan un sentido a su carrera, que construyen equipos con una identidad marcada por la iniciativa, por ser atrevidos, que quieren cambiar para continuar creciendo, porque sin cambio no se puede crecer y si no creces te quedas en tu propia zona de confort, pero no pasas a la zona de aprendizaje.
Los entrenadores estamos de paso, el único que siempre está es la entidad, por lo tanto, cada uno desarrolla su trabajo para dejar un legado donde prevalezca el querer ganar fijando el precio que cuesta hacerlo o el ganar a cualquier precio.
Lamentablemente a veces no somos capaces de distinguir entre lo que funciona y merece la pena conservar y lo que nos está refrenando y deberíamos descartar.
Si quieres comer pipas, juega a destruir, te aburrirá lo que ves y comerás muchas; si trabajas entendiendo que el jugador es el que crea/inventa los gestos técnicos y el entrenador innova, que lo imprevisible es el terreno en el que surge la creatividad, aplaudirás lo que ves y no comerás pipas.
” Hay que plantar árboles que nunca se verán crecer “. James Ker