En cualquier deporte es necesaria una buena disposición técnica y táctica (tarea de los entrenadores) y una adecuada condición física (labor de los preparadores físicos, fisioterapeutas, médicos, nutricionistas…). Y tan importante como las anteriores son unas buenas capacidades psicológicas, donde interviene la figura del PSICÓLOGO DEPORTIVO.
La atención y concentración, la tolerancia a la frustración, el manejo de la ansiedad y el estrés, el autoconocimiento emocional, el nivel motivacional, la capacidad de liderazgo, etc. Todos estos conceptos, tan escuchados y normalizados ya, son características psicológicas del deportista. Y, aunque bien es cierto que hay cierta propensión biológica y contextual a desarrollar con más facilidad unas u otras (en y desde cualquier ámbito vital); la excelencia o la alta capacidad en ellas se desarrolla a partir de un entrenamiento de las mismas. Su desarrollo no solo conlleva una mejora de rendimiento, sino también un aumento del bienestar, lo que se traduce en mayor autoestima, autoconfiaza, autoeficacia, adherencia al entrenamiento, etc.
Además, el psicólogo del deporte puede actuar interviniendo o aconsejando sobre ciertos temas extra-deportivos relacionados con capacidades similares a las luego requeridas en pista, o incluso ayudando a gestionar ciertos aspectos personales, académicos, familiares o socioafectivos que puedan tener una influencia directa o indirecta sobre el rendimiento competitivo.